17 de junio de 2009

Cumple años feliz, cumple años feliz. Parte 1: Historias verídicas de abuso de poder, páginas 6 a 8.

Sonó la campana para iniciar la última hora de clases de un tedioso lunes. Por supuesto ya le habíamos cantado el cumple años feliz repetidas veces durante el día, como es de costumbre cuando un compañero está de cumple años y la clase que sigue a nadie le gusta.

Llegó la Cadete “A” (sólo llevaba dos meses en el campo) a la clase, yo y el resto de los esclavizados  invocamos una vez más el poder del cumpleaños feliz, llamado que la Cadete “A” abortó con un repentino grito: 

¡Ya tendrán tiempo para cantarle Cumpleaños Feliz! Ahora mantengan silencio, ¡y salúdenme! Solamente 5 veces fueron suficientes para que todos calláramos, más no por muchos segundos.

Inesperadamente todos volvieron a entonar la canción, incluyéndome. La autoridad, a pesar de su bajo status, reaccionó calmadamente y se dirigió hacia la Rectoría. Iba a buscar algunas hojas para anotarnos (digo hojas y no libro, debido a que para anotar malas conductas se usan unos papeles con códigos, tal y como si fuéramos conscriptos, hojas que los alumnos tienen que firmar en señal de reconocimiento de la falta cometida).

Cuando llegó todos quedamos perplejos. Dijo:

-Sé perfectamente quién cantó y quién no. No hubo mujer alguna que cantara.

-Usted no puede tener la verdad absoluta. No tiene 25 ojos -Dije indignado mientras le miraba temerariamente.

-No, pero confío plenamente en que los que cantaron admitirán su culpa.

-Yo canté, pero me parece que es algo fuera de lugar afirmar ciertas cosas que no son comprobables. Además, si nadie se entrega, ¿castigará a todos? ¿Y pagarán injustamente santos por pecadores?

Discutimos un tiempo prolongado. La Cadete pidió al curso manifestarse, pero el silencio calló a todos. Finalmente, arguyó en mi contra que no era de su gusto las personas que hacían acotaciones sin sentido o fuera de lugar, a lo que yo le recordé que esto sólo era un juego limpio, sin indirectas, y que si quería decir que mis frases no tenían sentido, que me lo dijera a la cara.

-Lo espero a final de clases para conversar cara a cara sobre el tema –Dijo.

Sonó la campana y, siendo la última hora de clases, huí raudamente hacia a fuera del Campo, impulsado únicamente por las ganas de escapar de la cámara de gases (Oficina de la Cadete).  

Una semana después hubo clases de biología nuevamente. Cadete “A” llegó con un fajo de hojas de anotación en la mano. Estaba dispuesta a masacrarnos sin misericordia.

 

Empezó a llamar por lista a los involucrados. Era yo de los primeros en ésta, pero a mí, por supuesto, me dejó para el final. Llegada mi hora, y preparado para ser castigado sin razón, me paré y fui hasta su escritorio.

-Señor Díaz, se le culpa por:

  Desobediencia a la autoridad (como si se hubiera ganado mi respeto para auto         denominarse “autoridad”).

  Disturbios en el curso.

(Esas dos anotaciones las tenía todo el curso)

  Y le informo que tiene una anotación por Falta de respeto (lo dijo con un dejo de placer característico, el típico de un profesor al hacerle daño a un alumno).

-¿Falta de respeto? No recuerdo haberle faltado el respeto, Cadete. ¿Me podría recordar lo acontecido por favor?

-Claro, tú me dijiste que no tenías tiempo para hablar cosas sin importancias.

-¿Es esa una falta de respeto?

-Sí, lo es.

-Lo siento, no reconozco la falta, y como no estoy de acuerdo con lo que dice el papelito de la anotación, no puedo firmarlo.

-Perfecto, retírese.

Señor sí señor!

 

Llegué a mi puesto, me senté y reflexioné lo siguiente: 

“Como bien dije anteriormente (hace una semana), no voy a pelear por cosas sin importancia así que esta vez, si la Cadete no me sigue molestando, no haré nada más”.

Concluyó la clase y me acerqué a ella. Firmé la “hojita” que me hacía acreedor de un grato castigo.

 

 

Si la respuesta a mi tesis se cumpliera, no habría pasado esto. El Cadete “A” no habría podido gozar haciéndome cumplir un castigo por una causa estúpida e irrelevante como es quitarle 45 segundos de su clase.

Señores, ¡Pongámosle fin al abuso de poder!

Junto a esto los llamo a usar un poco de su sentido común, siempre y cuando el Colegio no se los haya robado todo, y preguntarse:

¿Es correcto someter a un Alumno a un castigo de dos horas debido a que cantó Cumpleaños Feliz u ocupó 45 segundos de una clase?

Independiente de que haya sido una falta a la autoridad, la que debo reconocer, si la Cadete “A” se hubiera ganado el respeto de los alumnos, lo cual es casi imposible debido a incontables faltas de respeto y abusos de poder ejercidos contra ellos, no habríamos reaccionado así. 

Los libros no faltan el respeto, ni abusan del poder que tienen (que, indudablemente, es mucho mayor al de un profesor).

27 de abril de 2009

Castígueme por decir “huevona”. Parte 1: Historias verídicas de abuso de poder, página 4 y 5.

Era un día de lluvia.

Me encontraba primero en la fila para ingresar al Casino del Campo de Concentración para almorzar. De pronto una compañera se puso delante de mí sin dar explicación alguna, a lo que yo le dije:

-¿Qué onda? ¿Por qué te colai’?

-Cállate, da lo mismo.

-Huevona, sal de ahí.

Desgraciadamente una general estaba observando la situación. Se acercó a mí y ocurrió lo siguiente:

-Señor Díaz, ¿qué acaba de decir? (Aún no se habría la puerta del Casino).

-Dije un garabato, lo siento mucho.

-Las disculpas no sirven.

-Enserio no fue mi intención, le ruego disculparme.

-Por favor diríjase hacia el final de la fila (250 personas aprox.)

-¿Me habla enserio?

-Sí.

-Tendrá que disculparme, pero pienso que es una medida un poco exagerada. (¡Gran error! Colegio = no piense, ¡acate!)

-¿Perdón señor Díaz? ¿Me está desobedeciendo? ¿Quiere ir a hablar con el General Superior (Director)?

-¿Es una amenaza? No le tengo miedo a ese Hitler.

-¿Está seguro?

-Sí.

-Bueno ¿Nos dirigimos hacia allá?

-Con gusto, después de usted.

Llegamos donde el Dictador, pero se encontraba ocupado. Me dijo que lo conversaríamos después, cosa que nunca sucedió seguramente porque se dio cuenta de que el hecho no era de mayor importancia, pero sí me dio un castigo que consistía en asistir el día Sábado desde las 8:00 a.m. hasta las 10:00 a.m. a hacer nada en el Campo de Concentración.

Llamé a mi Madre, la cual acudió a mi rescate justo a tiempo cuando yo estaba siendo informado de esto. El diálogo entre ella y la General fue más menos el siguiente:

 

-Señora, ¿me podría informar la causa del castigo de mi hijo?

-Si por supuesto, él cometió una falta. Dijo un garabato.

-Y debido a eso tendrá que asistir el sábado a las 8:00 a.m. ¿Correcto?

-Sí.

-Con todo el respeto que procede, me parece una medida muy drástica y le pido que revocarla debido a que yo veré cómo castigo a mi pupilo.

-El castigo ya está. Tendrá que asistir.

-¿Perdón? UD. Está hablando con el apoderado del niño, no con un amigo, o aparecido de por ahí. Ruego reconsiderar mi petición.

-Lo siento, no será posible.

Nos fuimos y, claro, no fui al castigo. No hay nada como los brazos de mamá, já.

 

Los invito a reflexionar.

El colegio es sólo un servicio pagado. Según esto, se entiende que el cliente <> siempre tiene la razón, o al menos en lo que se trata de forjar las conductas de sus hijos.

Entonces:

¿Qué –mierda-  hace un profesor contra-argumentando sobre cuál debería ser el castigo a aplicar en este caso?

¿De quién es el Hijo?

Esto afirma mi tesis sobre los Colegios (Instituciones destinadas a crear máquinas carentes de pensamientos aptas para el mundo capitalista de hoy en día, o sea un empleado más que acostumbra a agachar la cabeza frente a alguien con abundante poder).

Oigan. Mantengamos los límites. No permitamos que estos seres frustrados por no haber salido nunca del colegio pasen a llevar a nuestros escolares.

 

Introducción.

          Este libro trata de las injusticias y abusos de poder que suceden en estas instituciones lamentables que se esconden tras el nombre de “Colegios”.

Abarcaré temas diversos, desde las arbitrarias, absurdas e ilógicas reglas impuestas por ésta institución, hasta los abusos de poder de los que se hacen llamar “Superiores”, o bien “Generales”, en lo que respecta al contexto Campo de Concentración.

Estará constituido por distintas historias verídicas ordenadas atemporalmente, las que serán comentadas por uno de sus sobrevivientes o alumno, como prefieran llamarlo. En la segunda parte, revisará reglamentos de diferentes colegios.

Antes de empezar es necesario aclarar qué es un Campo de Concentración, y porqué el título de este libro.

Campo de Concentración: es un centro grande de detención para los opositores políticos, los grupos étnicos o religiosos específicos, personas de una determinada orientación sexual, prisioneros de guerra o en general cualquier tipo de gente que se considere peligroso en algún momento para un Estado.

Si tomamos en cuenta lo último que postula esta frase, que dice que los detenidos o afectados son personas consideradas peligrosas en algún momento para un Estado, no será necesario hacer la relación Estado = Colegio, si no que podremos seguir textualmente lo que dice la frase, y aplicarlo a que los jóvenes, escolares, o detenidos de estos Campos de Concentración, significan un peligro para el Estado, debido a que son “puros de pensamientos” y se dan cuenta de las injusticias que comete la gente con sobra o exceso de poder. Para esto se ha inventado el Colegio. Para implantarles a los jóvenes una manera de pensar que se basa en agachar la cabeza hacia un superior, diga lo que diga, mande lo que mande.

Probablemente se estará preguntando:

¿Y quién si no el Colegio enseñaría?

La respuesta es muy fácil:

Los progenitores debieran de enseñarle a sus hijos a leer, para que ellos pudieran descubrir el mundo y los conocimientos leyendo, y no bajo la dictadura de un General.

 

Nota:

Cabe mencionar que cualquier relación o alcance de nombres es pura coincidencia, debido a que todos los nombres han sido sustituidos por seudónimos para proteger la identidad de los involucrados.

Prólogo.

El presente libro lo escribí durante el año 2004, cuando tenía quince años y cursaba primer año de enseñanza media en un colegio británico. En esa época yo ya había recibido una cuota suficiente de realidad como para darme cuenta de que muchas conductas de mis profesores eran contrarias a lo que se aceptaría en un mundo adulto y civilizado, entonces decidí escribir este libro para dejar constancia de los abusos de poder que había sufrido, impulsado por el pensamiento de que cuando egresara del colegio seguramente iba a conciliar los reparos que tenía hacia mis profesores y hacia el ejercicio de –tan cabrona tarea como es- la escolaridad, y que por tanto no lograría escribir una obra que representara fidedignamente lo que sentía cuando estaba en aquella situación. Entonces, me puse a escribir de inmediato y lo que está a continuación es lo que de ahí nació.